miércoles, 25 de abril de 2012

¡Jaguar!

Me agazapé con el rifle en las manos. Sentía todo mi cuerpo recorrido por un escalofrío mortal. Mi único refugio era la espesura que es tal, que los rayos del sol pasan al suelo muy débilmente. Trate de permanecer inmóvil, aún cuando legiones de hormigas marchaban vorazmente rozandome las rodillas.  Ya había hecho esto otras veces, pero presentía que ahora era un tanto diferente.
De repente sentí la vegetación moverse. Adivinaba porque, aunque no veía nada. Como un susurro de la propia selva. El corazón se me subía hasta la garganta. Mi dedo pulgar se movía nerviosamente sobre el gatillo, somo si se hubiera convertido en un ser aparte. Pero mantuve mi mirada fija en el claroscuro.
 Entonces emergió.
 Emitía una especie de ronroneo grave. Caminaba lento pero seguro, después de todo, eran sus dominios indiscutibles. Avanzó, hasta ponerse a algo de 10  metros respecto a mí. Sus dos grandes ojos se posaron sobre los míos, y lanzó un gruñido que me sobresaltó un poco. Vi su completa figura en mi delante. El cuerpo robusto, su andar pesado, pero lleno de gracia, sus motas negras sobre piel dorada como los primeros rayos del sol por la mañana.

Y se acercó aún más. Rugió con mayor furia, y sus zarpas enormes como manos dejaron ver las garras. Su forma de mirar y de desafiar, me hicieron comprender casi como por arte de magia, la razón por la cual quienes vivieron aquí antes que yo, adoraban a esta fiera como a un sanguinario dios, al cual se le ofrecía el corazón fresco de un prisionero.
 El jaguar. Hoy he tenido la osadía de desafiarlo en su propia casa. Hoy, si solo un poco me descuido, es probable que reclame mi aún palpitante corazón.
Su rostro de sombrío rey. Todopoderoso, sediento de sangre. Estoy haciendole perder la poca  paciencia que tiene. Suele ser normalmente tímido, a pesar de todo. Pero cuando algo cae entre sus garras, nunca sale. Me muestra sus dientes, y ruge. Se prepara a saltar sobre mí. Directo a mi tráquea.
 A pesar de su apariencia torpe y patosa, se desplaza ahora con la agilidad del rayo. Y salta. Recuerdo lo que significa el nombre con el que se lo conoce...la bestia que mata de un salto. Veo cara a cara a la mismísima muerte, que hoy dia viste de manchas.
 Aprieto el gatillo, y es como si un trueno saliera del centro de la tierra. La bestia cae, lanzando un último rugido de agonía. La bala le dió en el pecho. No puedo evitar dar un grito de triunfo. Mas, cuando me acerco para darle el tiro de gracia...solo observo al rey caído, echado sobre hierba teñida de sangre, respirando el aire de la selva por vez última. Sus ojos fulminantes sobre mí. Y de nuevo, me vienen a la memoria las antiguas leyendas de su grandeza. Pero, no siento orgullo de haber hecho lo que hice. Quiero llorar, pero en mí las lágrimas se secaron hace ya tanto...
 Lo que he hecho, lo hice tantas veces, pero esta es la primera en la que me medí con el jaguar. Y sé que lo que he hecho, es un crimen. No hay ya para mí una redención.
 Simplemente, recojo mi arma, y me voy de ahí. Por el simple gusto de sentirme poderoso, quite una vida, una vida valiosa, como tantas en esta selva. Por primera vez en mucho tiempo siento vacía mi alma. Como si al morir, el gran señor de mis ancestros se hubiese llevado algo de ella consigo...

 

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